Toque de queda


“No puedo respirar”. George Floyd

27 al 28 de mayo de 2020. Intento hacerme amiga de una mujer africana muy negra, muy vital. Tiene el cabello corto, como si se lo hubiera rapado y le estuviera creciendo. Nos encontramos en la playa de estacionamiento de un shopping. Quisiera ver con ella alguna película en el cine de ahí, pero no llego a decírselo, ni llego a decirle que soy afrodescendiente. Algo de lo cual estoy muy convencida en el sueño.

Y entonces desde Oakland me avisan del Gran Quilombo. La imagen del noticiero es Fama en versión riot: un joven negro de rastas hasta la cintura se trepa a un patrullero, hunde a saltos el techo, rompe el parabrisas a patadas, salta a la vereda y reinicia su baile con otro patrullero, Fama les vamos a dar para que tengan. Si un huracán del mundo puede ser causado por el aleteo de una mariposa en la negra hebra del cabello de una dakini que danza en la punta de la flauta del flautista en la cima de los Himalayas del Tíbet, ¿qué no causaría una rodilla en un cuello, una rodilla federal blanca asesina? Danzan los pretos velhos su furia vengadora por el cuello roto de gallo vudú de George Floyd. Efecto gallo blanco, efecto BASTA. Intervengo un barbijo con la frase “No podemos respirar” y voy con mi hijo a la movilización en la ciudad de San Mateo. Regreso a casa y armo un altar en mi ventana. Prendo una vela frente al barbijo intervenido. ¿Será que la derrota es más grande que la vida? Pero ahí están en el grupo de Whatsapp las pibas del Colectivo Feminista Las Pibas del Area de la Bahía y es como si nos pudiéramos abrazar desde los mensajes de texto. Es enorme el amor que nos tenemos con las pibas, un amor que fluye desde el epicentro de la vida. Este grupo nos ha achicado el desarraigo. Es como si doliera menos la herida de la distancia.

[6:23 PM, 3/5/2020] Natalia: Yo voy a marchar en contra del toque de queda. Probablemente me arresten. Lo comparto porque tengo miedo, pero estoy lista. Mi liberación está totalmente entrelazada a la de mis hermanas Afro y necesito todo su apoyo, mujeres. [6:38 PM, 3/5/2020] Adriana: Toda nuestra energía y protección, Nati, te super bancamos. [6:46 PM, 3/5/2020] Lorena: Llevá papelitos con número de teléfonos y avisanos cuando llegues a tu casa, no nos dormimos hasta saber que llegaste a salvo. [6:52 PM, 3/5/2020] Natalia: Gracias, tengo números anotados en mi brazo y gente que sabe dónde voy a estar, sólo necesito el aguante de ustedes y pilas, porque es real. Le tengo mucho miedo a la policía. [7:53 PM, 3/5/2020] Lorena: Fuerza Nati, te esperamos. [9:16 PM, 3/5/2020] Natalia: Dijeron que en Oakland mañana se levanta el toque de queda, después quien quiera que diga que salir a la calle no sirve. Todavía estoy afuera. Hay un montón de gente y dicen que hay snipers en algunos edificios.

[9:17 PM, 3/5/2020] Belén: ¡Vamos! [9:18 PM, 3/5/2020] Natalia: fuck the police!!!

[10:16 PM, 3/5/2020] Ana: Chicas, si alguien sigue en la ciudad de Oakland, tenga cuidado. Están cerrando las carreteras y la represión se va a poner intensa. [10:16 PM, 3/5/2020] Paula: Ya se escuchan los helicópteros.

11.30 PM: Nati manda un video. Toda esa gente que marcha y no se calla ni con tapabocas, todes saltando y vibrando al ritmo de rap. Pibes de piel blanca bailan música negra, danzan con los espíritus de los pretos velhos, de noche en la plaza semejante a un valle rodeado de edificios como acantilados o montañas desde donde acechan francotiradores encuarentenados racistas, la fiesta más serena del universo justo en medio del ojo del huracán. Danzan con valor y con miedo, porque el valor no es la ausencia de miedo sino la decisión ética de no dejar que el miedo guíe las acciones. Keynes llamó espíritu animal a estas ganas de presente y de futuro. Los gráficos danzan, el pulso de las fluctuaciones del bitcoin dicen que se parece al pelo de Bart Simpson visto de perfil. Y los Homeros acechan pero sus escopetas enmudecen. La música cesa y les pibes dan vueltas en el vacío del silencio con sus mochilas desteñidas de jeans.

Viernes. Oakland de nuevo. Exterior. Luna llena eclipsada. It’s a party downtown ahora mismo. Cientos de artistas callejeres de todas las razas negras y marrones pintan bellos y potentes murales contra el racismo sobre las grandes planchas de madera que los comerciantes han clavado tapando sus vidrieras para impedir cualquier rotura de vidrios. En una reunión de musulmanes a cielo abierto se pronuncian proclamas que anuncian el fin de la supremacía blanca. La economía repunta: si juntarse de a mil a sudar juntos estaba prohibido y lo hicieron, ¿con qué cara decirles a las camareras que no se presenten en toda su humanidad? En mi sueño la negra reía, enorme y hermosa reía conmigo en la playa de estacionamiento de un cine. Los Black Lives Matter no se juntan con blancos ni latinos pero qué importa si lo consiguieron, salieron a la calle y lo lograron, lograron que en Oakland se levante el toque de queda, justo el mismo día en que Argentina pinta desde las casas la consigna #NiUnaMenos.

Bailamos a la orilla de la muerte, decía Felipe Aldana anotado clandestino en nuestros cuadernos marca Gloria, traficado bajo nuestros pupitres de madera. La voz de la radio anunciaba años antes una nueva frase de tres palabras: “Toque de queda”. La radio ilumina el comedor desde su dial amarillo. Mosaicos negros y blancos reflejan la luna en el patio. “¡Ay, Samuel, tu hermana todavía está en la calle y la va a agarrar el toque de queda!” Mi padre toma la calle y pienso en esos rayos fulminantes, esos que hay que evitar en la plaza los días de tormenta. Mi miedo de seis años toma la mano de mi madre y nos quedamos las dos solas, en la casa, esperando su regreso. Al otro día, los esqueletos de los colectivos todavía humean en la Estación Rosario Oeste. “El conductor lloró pidiendo que no quemaran el trolley”, comentan las vecinas en la verdulería de la cuadra. En la televisión veo a esos jóvenes, corriendo para armar esas barricadas. Sus deseos arden en las veredas de esos días. Una mañana, desde la ventana de mi salón de primer grado, un chico de jeans y sweater irrumpe en el salón gritando: “¡Viene la revolución!” Nosotras sentadas con nuestros moños de organza y las medias tres cuartos protegiendo las rodillas de raspones, quedamos asombradas. La maestra tragó en seco y antes de que pudiera amonestar con el dedo al intruso, lo vimos desaparecer como un gato por la otra ventana. En el recreo, mientras esperaba que me liberaran de la popa hielo, pensaba: “¿Por dónde vendrá la revolución?” La esperé. La hermana mayor de mi mejor amiga se había mudado al altillo de su casa. Victor Jara hermoseaba el aire de esa piecita llena de libros y recortes de diarios. “Te recuerdo Amanda”, cantábamos mientras con tiza dibujábamos una rayuela en el piso de la terraza. En la cochera de nuestro edificio, los jueves por la tarde, el vecino del cuarto piso se reunía a ensayar. Yo me escondía entre los autos para escuchar: “quiero ser flor, pero si no, seré un fusil…”. En el Laguito del Parque Independencia, un hombre con zancos y galera imitaba un acento americano. “Soy el Tío Sam”, decía y devoraba un mapa de América Latina. Todos nos reíamos. Esperando, porque venía la revolución.

Después las calles se llenaron de silencio. Fue en febrero cuando la hermana mayor de mi mejor amiga quedó para siempre atrapada en la noticia del diario que decía “enfrentamiento”. Las charlas se volvieron esquivas. Aprendimos un lenguaje secreto de cofradía. Las páginas de los libros quedaron arrancadas, los ojos vaciados de imágenes. Nuestros pasos andaban en círculos como recorriendo una pena interminable.

Apago la vela de mi altarcito antes de dormir y siento el murmullo de las voces. La hermana de mi amiga, mi vecino, los pretos velhos, las dakinis, las pibas del grupo de Whatsapp… el pasado y el presente, voceando a coro esa consigna que no se nos va de la sangre. Le doy un beso a mi hijo que ya duerme y me digo: “Está llegando”.

Por Adriana Briff y Beatriz Vignoli